El Olimpo: Batalla entre dioses y gigantes

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jueves, 24 de abril de 2014

Ícaro y Dédalo

Dédalo era, según las tradiciones atenienses, hijo de Alcipe, que a su vez, era hija de  Crecops. La paternidad de Dédalo es más confusa y se atribuye a Eupálamo, a Palamaón o a Metión.
Dédalo era un magnífico escultor y arquitecto, protagonizando por estas virtudes diferentes leyendas de relevancia. Su sobrino Talos trabajó con él como discípulo, pero pronto resultó incluso más inteligente que el propio Dédalo, lo que demostró al inventar la sierra, una herramienta muy útil para sus labores, inspirándose en las espinas de los peces. Dédalo tenía mucha envidia de tal invento y lanzó a su sobrino desde lo alto de un tejado en la Acrópolis, provocándole la muerte. El tribunal del Aerópago le juzgó y lo expulsó de la ciudad, marchándose a Creta.

 En el reino de Minos encontró una gran acogida y allí realizó diferentes trabajos de importancia. Destacó por ejemplo, por la construcción de Talos, una enorme estatua de bronce, símbolo de la defensa militar de la ciudad. Esculpió una vaca para el Minotauro, construyó una amplia pista de baile para Ariadna, y por petición del rey, construyó un enorme y complejo laberinto en la ciudad donde fue encerrado el Minotauro, una horrible bestia. Estaba formado por multitud de pasillos de los que era imposible hallar la salida y que, como únicos signos distintivos, tenía un tablado en la entrada para los coros de danzantes que participaban en las diferentes consagraciones al Minotauro. La salida sólo era conocida por Dédalo y por Ariadna, hija de Minos, a quien el constructor le había transmitido el secreto. Cuando el joven Teseo llegó a la ciudad para matar al Minotauro, Ariadna le ayudó a salir del laberinto gracias a los conocimientos aprendidos de Dédalo. Minos, para que Dédalo no revelara a nadie como salir del laberinto  lo encerró en él junto con su hijo Ícaro. Quedaron allí presos durante mucho tiempo hasta que Dédalo pudo por fin hallar, gracias a su enorme inteligencia, una forma de liberarse de su cautiverio. Solicitó a sus carceleros plumas y cera, con la excusa de querer hacerle un regalo al soberano Minos y con todo esto creó unas alas para su hijo y para él. Tras probarlas, comprobó que servían sin problemas para volar y se las colocó a su hijo, advirtiéndole muy seriamente que no se acercase mucho al sol, porque la cera se fundiría y caería muerto, pero tampoco al mar, porque la sal endurecería la cera y la haría demasiado pesada para sus pocas fuerzas.
Emprendieron el vuelo, y se mantuvieron siempre en una posición adecuada para sus necesidades pero cuando Ícaro se confió empezó a subir en altura, admirado de todo cuanto le rodeaba, y se acercó tanto al sol que  se desprendieron sus sujeciones, al derretirse la cera, las plumas se separaron cayendo Ícaro hacia el mar. Cuando Dédalo pudo oir sus gritos de espanto ya era tarde, e Ícaro había muerto, dando nombre a esa tierra como Icaria.



Según una leyenda el propio Heracles se encargó de darle sepultura en la isla Doliquea. Dédalo, por su parte, llegó a Cumas, Italia, sin problemas y allí levantó un templo en honor de Apolo. Desde allí se fue a Sicilia, donde reinaba Cócalo, que le dio protección frente a Minos, que no luchaba más que por apresar al fugitivo, si bien no tuvo suerte y halló la muerte en tal empresa. Junto a Cócalo, Dédalo siguió dedicándose a la construcción, haciéndose cargo de un embalse en el río Alabón, unos baños en Selinunte, una fortaleza en Agrigento y una terraza para el templo de Afrodita en el monte Érix.

En psicología, Ícaro simboliza al hombre que intenta huir de su neurosis (laberinto) a través de medios utópicos, que a veces se disfrazan con medios tecnológicos, como las alas de cera (fármacos).